En esta época donde las nuevas generaciones no desarrollan la capacidad de sostener por más de un segundo el pensamiento simbólico abstracto, la labor docente, de formación y capacitación es una tarea titánica, dado el elevado nivel de volatilidad que tiene la conciencia de los aprendices. Quienes hemos estado en aulas, salas de capacitación, cursos, somos testigos de cómo al mismo tiempo de una sesión de trabajo los asistentes creen que pueden estar actualizando sus perfiles de facebook, enviando mensajes de texto y correo, o publicando algún comentario para sus amigos en Internet.
El desarrollo de las tecnologías móviles y una pléyade de dispositivos que facilitan la interacción en el entorno digital han propiciado un salto al siguiente escalón en la manera de hacer la comunicación humana. Sin embargo también se ha modificado peligrosamente la manera como enfocamos el diálogo con los otros, privilegiando a los que están lejos por encima de quienes podrían participar de esa conversación y que están en la cercanía física.
En su momento, los teléfonos celulares se incrustaron irremisiblemente en nuestra cotidianidad. Quienes habíamos vivido en un mundo carente de estos recursos sentíamos una invasión rampante a la intimidad cada vez que timbraba el equipo y estábamos en casa, o en el cine, o realizando alguna actividad que no implicaba la necesidad de hablar con alguien intantáneamente. No entendíamos la noción de conversación ubicua. Al pasar el tiempo encontramos que nuestros alumnos, amigos, familiares y socios responden una llamada en cualquier momento, sin importar de qué asunto se trate y sin el menor cuidado hacia nosotros. Hay quienes envían mensajes de texto al mismo tiempo que “conversan” sin importar que estemos ahí con ellos (amparados en la falacia de que el cerebro puede hacer varias cosas con toda conciencia y que es posible atender con el mismo nivel de calidad y profundidad a las charlas que en que se está participando, sin pérdida de atención). Para muchos es imperativo contestar cualquier llamada de quien sea en el momento que sea, o peor: enviar mensajes de texto mientras se conduce.
A este fenómeno se le ha llamado Phubbing por el término en inglés que viene de la unión de Phone y Snubbing (es decir ignorar a los demás) usando el teléfono celular y de hecho: usando cualquier dispositivo o gadget, como también se les llama.
Los equipos móviles brindan una capacidad ilimitada de acceso a la información y son alternativas de un repertorio amplio de recursos. Quienes hemos sido docentes o capacitadores lidiamos primeramente con los alumnos que respondían a sus teléfonos celulares en plena clase, y luego aprendimos a tolerar esas prácticas posteriormente extendidas al ‘chat’ o al ‘post’ de las redes sociales. Ahora es común que ellos intercambien todo tipo de información en forma ubicua sin que medie el cuidado por lo que ocurre en el entorno presencial.
Estas herramientas han demostrado ser arma de doble filo. Les parece a las nuevas generaciones que con la inmediatez, la disponibilidad irrestricta del dato, o el acceso con un toque de pantalla se da por sentada su comprensión -que no la memorización o repetición-. Muchas habilidades que antes cultivábamos como la búsqueda de información, el análisis, la redacción, han venido a pasar a segundo plano. Nuestras nuevas generaciones en las empresas y en las aulas asumen que si algo está en la red, entonces es válido sin cuestionamiento. Posiblemente los formadores tenemos nuestro grado de responsabilidad, pues en muchos casos continuamos llevando a cabo prácticas tradicionales como la evaluación por memoria, y preguntamos cifras o números que están fácilmente disponibles en muchos portales de Internet, en lugar de usar creativamente estos insumos.
¿Por qué no enseñamos a comparar, contrastar y criticar? ¿Por qué seguimos tratando que recuerden sin una visión clara los “qués” y “por qués”, en lugar de enseñarles a manejar la información e integrarla su experiencia? Los llamados millenials andan por ahí como cajas repletas de cifras, fechas y constantes físicas, pero sin saber usar ese bagaje. Por ende eligen que el almacén de datos universal, la tablet o “la nube” se encargue del problema.
Debemos acompañarlos para que aprendan a usar los nuevos medios y no sólo en forma lúdica. Sin duda ya hay metodologías de enseñanza y prácticas convencionales que no serán necesarias en el futuro.
¿Aprenderemos nosotros -viejos docentes o formadores- a vencer nuestra nostalgia y el miedo por abandonar nuestra zona de confort? ¿Aprenderán las nuevas generaciones a comprender con justeza el tiempo, espacio y esfuerzo como dimensiones a cuidar y cultivar, ajenas a lo inmediato de un toque de pantalla?
Alea iacta est.
miércoles, 23 de noviembre de 2016
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