Desde hace varios años tanto en México como en otros países se ha presentado el fenómeno de que los gobiernos federales y estatales obsequian computadoras portátiles o tabletas a profesores o alumnos de diferentes niveles educativos. La premisa subyacente es que con el acercamiento o uso de estos dispositivos, el acceso a Internet (si lo hay de buen nivel en la escuela o universidad que corresponda), y el uso extensivo de software pre-instalado que se cree con adecuadas propiedades didácticas, se mejora en varios órdenes la calidad de la educación, ya no digamos instantánea, sino mágicamente. De hecho en las licitaciones de deja abierto a los proponentes elegir qué paquetes informáticos contengan los equipos con elementos tan genéricos como “tener un software para líneas de tiempo, una tabla periódica, una enciclopedia digital”, etc.
En muchos casos, el regalo tecnológico NO va acompañado de una transformación reflexiva de la práctica docente y esto lo aseveramos tanto en el sentido de considerar al instrumento técnico como una herramienta que puede ser integrada en las actividades de los diferentes cursos a través de una valoración crítica de sus posibilidades y la experiencia del profesor; como en el de que la utilización de dichos sistemas modifica desde sus propiedades funcionales los alcances, metodologías y en general la praxis de los maestros ante sus grupos. Si las tabletas no van acompañadas de guías didácticas para su uso en los cursos, manuales de mejores prácticas, consejos técnicos para uso, conservación y actualización de su software o hardware, y la combinación efectiva con los recursos didácticos ya presentes en las escuelas, estos instrumentos se convierten solamente en la novedad y en el estar a la vanguardia por decir ‘estar a la moda’. Es la falacia del medio como resultado.
Independientemente de la calidad de los equipos que se regalan (en su mayoría equipos baratos, hechos masivamente con escasos controles de calidad), las garantías de largo plazo contra fallas en sus componentes críticos, las posibilidades de actualización del software (que en muchos casos es imposible realizar de manera masiva puesto que carecen de un portal o nube que permita tener al día el repertorio de programas instalados y sólo permite hacerlo por medio de una unidad USB, equipo por equipo) o la poca intervención de un grupo de evaluadores docentes que determinen la pertinencia y adaptación de tal o cual paquete para su uso en los cursos de planes de estudio vigentes, la gran mayoría los alumnos emplean los programas preinstalados de manera parcial, no se diga los maestros.
Todavía hay profesores que no dominan el uso de las tabletas y mucho menos los programas que contienen, de forma tal que en su mayoría estos sistemas son simplemente ‘visores’ de Internet, de correo electrónico, de redes sociales, Wikipedia para la consulta rápida de datos, el “googleo” famoso y ausente del un criterio formado en el estudiante para discriminar la información, etc. En muchos casos, quien esto escribe ha sido testigo de que los alumnos -algunos más avezados que sus profesores- han cambiado el sistema operativo y le han instalado aplicaciones diferentes y por supuesto, juegos.
Lamentablemente hay pocas experiencias que hayan evaluado el uso de la tecnología en este tipo de proyectos donde la electrónica es un regalo novedoso en sí, pero está desvinculada de una estrategia formativa sólida. Un proceso educativo apoyado en tecnología debería integrar la capacitación de los profesores, la modificación de estrategias didácticas, la integración con otros medios ya presentes en las escuelas como proyectores, videocámaras, Internet (¿alguien sabe qué fue de los sistemas de Enciclomedia, por ejemplo?), el acceso de estudiantes y profesores en casa o en otros sitios a medios de comunicación y recursos que les permitan continuar creando la experiencia de aprendizaje post-clase, el uso de software educativo en la nube, el desarrollo de guías de aprendizaje para las asignaturas que incluyan la aplicación del repertorio de medios, la capacitación continua de los profesores y la investigación para inclusión digital pertinente. Ni que decir de la incorporación de prácticas como Networked Learning.
Ahora que andamos en tiempo de evaluaciones por aquí y por allá, es buen momento para detener derroches en tiempo y dinero, valorar los auténticos logros que se han tenido con estos apoyos digitales y retomar hacia una estrategia madura e integral en las diversas dimensiones del proceso formativo que emplee la tecnología como un apoyo.
Se corre el riesgo de haber alimentado a un elefante blanco que no integró eficazmente a las TICs como recursos sobre los cuales se haya hecho una reflexión amplia para su uso, y que nos hayamos centrado solamente en el uso extensivo por creer ingenuamente que se abate la brecha digital con fuerza bruta (¡miles y miles de tablets!) en lugar de la profundidad de la aplicación sensata de los medios en clase, ‘tanto cuanto’ sean apoyos para el acompañamiento didáctico del profesor a sus grupos.
Fue una buena idea, pero su implementación sigue siendo simplista.
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