En días pasados escuché como una persona conversaba sobre cierta información que había encontrado cuando “estaba en Internet”, y no dejó de parecerme peculiar esa forma de referirse a la red mundial de información. Me sorprendió el hecho hablaba del sistema como si fuera un sitio, un lugar para “moverse o estar” como lo hacemos en la vida diaria. Esto hizo que recordara que todavía hace poco muchos de nosotros distinguíamos entre presencialidad y virtualidad, y podíamos separar los hechos que pasaban en línea de las sensaciones que considerábamos “reales”. Creíamos que lo acontecido en lo presencial tenía mayor validez en términos de nuestra experiencia de vida.
Durante la fase de transición hacia el entorno digital comenzamos a hablar de relaciones a distancia, redes sociales, seguidores y fans de lo que escribimos. Cuando nos íbamos transformando en seres informatizados, empleábamos servicios que ahora pocos saben que existen, o que alguna vez existieron. Los de cierta edad y experiencia con computadoras recordarán sistemas como News, el IRC y Archie (antecesores venerables de los muros de datos, servicios de chat y buscadores de información, respectivamente), que son precursores de los modernos medios que ahora son tan conocidos en Internet.
La situación descrita me hizo caer en cuenta que otros y yo le dábamos más valor o “status” a lo que nos acontecía presencialmente. No faltaban quienes veían con desdén -y con un dejo de lástima- a los que se desenvolvían libremente y daban reconocimiento a lo que acontecía en las relaciones virtuales. Para los puristas del contacto humano era como si lo digital tuviera un plano inferior, como si no fuera una experiencia válida que para a transformar a otros.
Si recordáramos que hace poco más de cien años no existía el teléfono, y que posteriormente a su invención mucha gente criticaba su uso (tachándolo de impersonal, frío o poco cálido), y además que las mismas personas señalaban que el medio por antonomasia para la comunicación humana era la letra -la epístola-, nos parece que la historia vuelve a repetirse al menos en algunas de sus notas. La aparición de cualquier nueva tecnología trae consigo posturas a veces radicales sobre su utilización, pero es indudable que el moderno repertorio de sistemas ostenta características diferenciadoras, en comparación con los recursos tradicionales.
En primer lugar, hay un mayor porcentaje de la población alfabetizada en lo informático. Ellos han desarrollado las competencias técnicas requeridas para emplear instrumentos digitales de comunicación (computadoras, tablets, teléfonos inteligentes, radio). Además, este grupo ha ido creando modos comunicativos específico, vinculados con los propios canales y sus capacidades. Por ejemplo: muchos usan emotíconos para resaltar lo que sienten mientras escriben, otros expresan ideas en 140 caracteres -derivado del uso de Twitter, que se inspiró en los envíos de mensajes con las pantallas antiguas de los teléfonos celulares-, y quienes vuelven jeroglífica su escritura combinando el texto con imágenes, fotos, hasta sonido.
Hace ochocientos años solamente unos pocos sabían leer y escribir, se confiaban a lo que interpretaban otros (sacerdotes, dirigentes, filósofos) a partir de los libros de leyes, textos sagrados o edictos. Todavía a inicios del siglo XIX el porcentaje de la población mundial que sabía leer y escribir estaba en niveles ínfimos.
Por el contrario, ahora existe una infraestructura de creación y diseminación de información expansiva e intensiva, la cual se va insertando subrepticiamente en las actividades personales. Antes, “hacer uso” de un medio (digamos el teléfono fijo) implicaba trasladarse hacia donde éste se encontraba físicamente y además hacerlo a una hora acordada en caso de que se hubiera acordado hablar con alguien. Estas acciones daban la sensación de emplear algo externo, un elemento ajeno que se encontraba en otro ámbito, al que la persona requería acercarse.
Ahora los artefactos tecnológicos van con nosotros y se emplean “al vuelo” (pensemos en los lentes de Google o de Microsoft, o los sistemas de transmisión de video personal que se desarrollaron en el Medialab del MIT, o en los teléfonos inteligentes que son al mismo tiempo varias herramientas en una y caben en la bolsa del pantalón). Cada vez más, la tecnología nos acompaña: nos la ponemos integrada al auto o a la ropa, y existen proyectos de investigación para conectarla a nuestra misma corporalidad.
El décimo aniversario Facebook marcó un hito en la utilización de los sistemas Web 2.0, con los cuales se supone que cada quien podemos publicar “libremente” lo que se nos ocurra sin tener más que el navegador de Internet de nuestra preferencia, y una conexión de velocidad aceptable hacia la red. En la práctica se ha demostrado que las llamadas redes sociales tienen ventajas y consideraciones significativas. Una vez, más todo está en el “tanto cuanto” nos sirvamos de los medios para fines provechosos o para perder el tiempo en el ocio más descarado e improductivo.
Pienso que en el futuro inminente muchos tendremos que “aprender a estar” en la sociedad de la información, sustentada infraestructuras dinámicas de avanzada, creando nuevas habilidades dialógicas y unificando en una sola perspectiva estas realidades bi y multi-dimensionales que nos otorgan los recursos de comunicación invasivos. ¿Dominaremos a tiempo a las hipermediaciones que nos exige la realidad?